Cuando pensamos en República Dominicana, están las playas, el sol. Pensamos en un resort. En vacaciones todo incluido.
Y aunque ese Caribe de postal sigue existiendo, hay algo nuevo cocinándose en la isla: una apuesta firme y ambiciosa por el turismo gastronómico.
Estuve una semana recorriendo Santo Domingo y Punta Cana, en el marco de la feria DATE 2025 (Dominican Annual Tourism Exchange), y lo que vi fue una decisión estratégica: usar la cocina como carta de presentación.
Y para quienes venimos de México, esa jugada no es menor.
En nuestro país entendimos hace tiempo que la comida no solo alimenta. También conecta.
El mundo entero quiere venir a México a probar un mole, a comerse un taco al pastor, a beber un tequila o un mezcal. ¿Por qué no unos chapulines con limón?
La cocina mexicana es experiencia, relato, identidad y turismo.
Y ahora, República Dominicana está tomando ese mismo camino
Cocina local, visión global
Uno de los mejores ejemplos que encontré fue Ostería Olivia, un restaurante de cocina italiana en Santo Domingo.
Podrías pensar que no tiene nada que ver con el Caribe hasta que entiendes su propuesta: técnica italiana con ingredientes 100% dominicanos.
Todo lo que se sirve ahí está producido en territorio dominicano. Y eso cambia la narrativa del turismo.
Ya no se trata solo de conquistar gente que vaya a tomar el sol. Ahora también se trata de decirle al mundo: “prueba lo que somos”.
Es República Dominicana diciendo: conóceme a través del sabor.
¿Por qué importa?
Porque el turismo gastronómico genera identidad, activa economías locales, fortalece cadenas de producción y pone en valor lo propio.
Es una industria que no se lleva el dinero al extranjero, lo deja sembrado en la tierra, literalmente.
Y en un país que ha sido históricamente encasillado en un modelo turístico de sol playa y arena, esto es revolucionario porque significa cambiar el foco.
México y Dominicana: dos caminos que se cruzan
Desde México, ver este renacer gastronómico dominicano es también una oportunidad para crear puentes.
Ambos países tienen ingredientes, climas, tradiciones culinarias, historias de mezcla, sincretismo y resistencia.
Ambos pueden enseñarse cosas mutuamente.
Pero sobre todo, ambos entienden que el paladar es una puerta al alma.
Y que si se logra que un turista se emocione con un bocado, es probable que regrese.
Porque comer no es solo saborear, es pertenecer.
Y Dominicana está empezando a contar su historia desde el plato.